jueves, 16 de abril de 2009

Semana 8, Tizón

jueves, 16 de abril de 2009
El Real de la Almadraba de Bolonia en realidad no existe, porque en Bolonia, como todos sabemos, no hay puerto de mar, por lo que se aprovecha el Real de la Almadraba de Tarifa, que es el que cae más cerca. Para el que no lo sepa, todo esto se explica porque todas las almadrabas que funcionan en el Sur de España pertenecen a los mismos dueños.

¡Bueno, recapitulemos! Quizá no haya enfocado bien el asunto, ya que, casi con total seguridad, habrá mucha gente a la que la expresión “Real de la almadraba” le sonará a chino, así que rectifico sobre la marcha y me atrevo a concretar una somera explicación sobre el tema:

Al lugar donde se almacenan o guardan todos los elementos necesarios para montar una almadraba (que son muchos y de gran envergadura), se le llama “Real de la almadraba”, término que posee cierta connotación militar, por su significado de “campamento” y, es que hay que tener en cuenta que en diferentes épocas de un pasado más o menos lejano, dicho lugar tenía que estar protegido de enemigos, que, según la época, podían ser, tropas moras, piratas, corsarios, incluso enemigos políticos de los diferentes dueños que tuvieron en su momento, amén de la necesidad de controlar a los propios almadraberos, que en tiempos pretéritos solía ser una chusma bastante peligrosa, como nos cuenta el propio Miguel de Cervantes en una de sus “Novelas ejemplares”, hablando sobre la almadraba de Zahara de los Atunes.

Dicho esto, aunque Tizón trabajara en la almadraba de Bolonia, era a la oficina de Tarifa donde tenía que llevar el certificado médico que avalaba su buena salud para ejercer como buceador.

Como no tenía quien le llevara, tuvo que coger el autobús de línea que le dejaba no muy lejos de la zona cercana a la playa donde está ubicado “El Real”.

Se acercó a la oficina con cierto resquemor, pero tuvo la, para él, buena suerte de que no estuviera Don Manuel, el administrador (que imaginaba que le iba a echar la bronca); sólo estaba uno de los escribientes, que le dio a firmar un par de documentos, le preguntó si su dirección y datos bancarios eran los mismos del año anterior y se quedó con el certificado médico.

A propósito de certificado, algo que creo no haber comentado: la categoría laboral de Tizón, era de “ayudante de buceador”, por lo que dentro de sus obligaciones no estaba el hacer inmersiones, pero, a pesar de eso, la Empresa, para sacudirse posibles responsabilidades, le exigía la presentación del tan repetido certificado, porque en la dura realidad (cosa de la que estaba muy orgulloso y a él le encantaba), hacía las mismas faenas que los buceadores, salvando las distancias con Enrique, el más veterano, que era considerado el Jefe de los “ranas”, como comúnmente se les apelaba a los buceadores entre el personal de la almadraba. Enrique solía asumir las acciones de mayor peligro y responsabilidad.

- ¡Hombre, Tizón, bienvenido! –le comentó la secretaria Adela, que entraba en ese momento, - Don Manuel ha preguntado unas pocas de veces por ti... – esto último dicho con cierto retintín y un punto de mala leche...

- ¡Si, ya!, -respondía Tizón, un tanto cohibido ante la puretona Adela, maciza y aún de buen ver. –Es que he tenido algunos problemas; además, un amigo mío se perdió y lo estuve buscando y eso...

- ¡Bueno, bueno! A ver si este año sale como el año pasado ¿no?

- ¡Claro, eso es lo que hace falta...!

Cuando entró en el gran patio, se podía apreciar un ligero aroma que aún no había desaparecido desde la temporada anterior y que no llegaba a ser del todo desagradable, debido a las algas, percebes y otros organismos marinos, ya secos y descompuestos, que cubrían las amarras, redes, cadenas y demás elementos, aunque ya comenzaba a hacerse presente y sobresalir, el olor a alquitrán, pues algunos almadraberos ya habían empezado con los preparativos para poner a punto todo el tinglado necesario con el fin de iniciar lo que llamaban “tirar los hierros a la mar” que no era otra cosa que ir situando las grandes anclas que sujetarían el laberinto de redes que formaban ese arte milenario de pesca (hay que recordar que el legado nos viene desde nuestros ancestros fenicios). Para esta primera tarea, era esencial disponer de potentes cabos, fuertes boyas y amarras de acero que debían fijar con total garantía las enormes anclas de hierro, por lo que debían recibir el mejor mantenimiento posible.

Nada más entrar, respirando con cierta satisfacción ese olor inconfundible y contestando a los saludos de los compañeros que ya se afanaban en tender y limpiar las amarras de acero, fijó su vista en el rincón donde estaba la pequeña caseta de los “ranas” y vio que estaba aparcado el coche de Jesús, por lo que rápidamente, se dirigió a saludar a su amigo, al que suponía dentro de la caseta.

Tuvo una pequeña sorpresa, porque se encontró con Enrique, el “líder de los ranas”, que parecía estar reparando el compresor de aire y que se levantó con presteza, recibiéndole con una amplia sonrisa y con un amistoso y chusco saludo:

- ¡Hombre, Tizón! ¡”Dieciocho” los ojos que te ven...! ¡No hay quien te eche la vista encima...!

- Hola, Enrique, ya estamos aquí otra vez. Ya me dirás cuando empezamos a funcionar.

- Tranquilo, -le respondió Enrique, -por ahora no hace falta venir. Yo es que tenía que arreglar unas cosas del contrato laboral con la empresa y de camino he querido echarle un vistazo a las botellas y al compresor, a ver si necesitan alguna reparación, para decírselo al Capitán y que se encargue de que se arregle lo que haga falta, antes de que tengamos que venir. Yo creo que hasta dentro de dos semanas, por lo menos, no nos necesitarán, aunque siempre hay que estar pendientes, por si acaso...

- ¿Donde está Jesús? –le preguntó Tizón, que tenía ganas de echar alguna parrafada con él, para que le aclarara si el administrador le había hecho algún comentario sobre su persona, al objeto de preparar alguna excusa, si fuera necesario.

- Mira, hace un momento ha ido a hablar con el Segundo, allí en el salón grande de las piletas...

- Es que me ha llamado dos o tres veces por teléfono y tengo que hablar con él.

Sin más comentarios se dirigió hacia el salón y, efectivamente, se encontró a su amigo hablando animadamente con el Segundo de la almadraba.

- ¡Buenaaaaas...!

Ambos hombres volvieron la cara al escuchar el saludo y casi al unísono dijeron:

- ¡Vaya, hombre, por fin te has dignado venir por aquí...!

- ¡Pero, si todavía no tenéis listas las amarras..., ni habéis alquitranado las redes...! ¿Qué falta hacía yo por aquí...? ¡Venga ya y dejarse de tonterías!

Esperó a que se alejara el Segundo, una vez terminada la conversación con su amigo Jesús y, algo impaciente, le inquirió con cierta vehemencia:

- ¡Escucha...! ¿Por qué me llamabas por teléfono? ¿Qué es lo que quería el Administrador...?

- Nada, quillo, tranquilo, es que me preguntó por ti, un poco extrañado de que aún no hubieras traído el certificado del médico, que ya sabes que hace falta para el contrato de trabajo. Pero no estaba ni cabreado ni nada. ¡Tú tranquilo!

Estas palabras sirvieron para alegrarle el día a Tizón y para que volviera a casa con cierta tranquilidad de ánimo, porque es que le tenía verdadero pánico al Administrador de la Almadraba, al que veía como un semidiós en la empresa. Vamos, que le tenía un respeto inmenso, respeto que, incongruentemente, brillaba por su ausencia en relación con el Capitán de la Almadraba, que era realmente su principal jefe natural.

Al hilo de lo anterior, tengo que aclarar para los que no están al tanto de estas cosas de la mar, que el mando principal de toda almadraba lo ejerce el “Capitán” (también llamado “Arráez”), cuyas palabras y órdenes son ley en todo lo que se refiera a su gente, a todas las faenas de preparación, montaje, pesca, desmontaje, etc., a los días y horas en que hay que salir a la mar, al reparto del pescado y a cualquier otro tema que tenga que ver son “su” almadraba; hasta para los propios dueños, el Capitán es “sagrado”. A éste le sigue en el mando el “Segundo” y a éste, a su vez, el “Tercero”, que es como se les denomina a estos mandos intermedios. Además existen otros cargos, como administrador de la mar, varilla, patrones de los faluchos, vigilantes, gruístas, patrón del bote, motoristas, etc. que ya irán apareciendo más adelante.

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