- Felipe tengo que irme después de comer. He llamado a Hortensia, la cita de las 15:30, le he dicho que no iba a estar, que tendríamos que posponerlo, -abrí la agenda dispuesto a cambiar la fecha- pero le he hablado de ti y dice que no le importaría tener una sesión con mi ayudante, así que vete preparando y léete el historial.
No negaré que me puse nervioso, no negaré que cuando vi entrar a Hortensia con sus ciento siete kilos me asusté, no negaré que me sentí fuera de lugar al sentarme en el sillón que normalmente ocupa el Dr. Rosado, y no negaré que tras cinco minutos me sentí como pez en el agua, lidiando con una ballena, pero como pez en el agua.
La señorita Hortensia insoportable donde las haya, padecía de un mal sencillo, soledad, sin amigas, sin pareja, con media familia muerta, con la otra no se hablaba, sólo la acompañaban ciento siete kilos de fealdad adiposa, y un carácter agrio cual limón. Durante las dos horas que sufrí la sesión me puso al corriente de su trabajo, era contable, de sus problemas con los compañeros, de la vecina del cuarto que la mira mal, de la panadera que era una envidiosa, apenas me dejó mediar palabra. Tras hora y media de despotricar contra medio Tortuosa y quince minutos de autolamentaciones se despidió cordialmente, me dijo que le había gustado mucho, que llegaría lejos.
No mucho más tarde llegó el doctor.
- ¿Y bien?
- Ha sido extraño, por una parte fue sencillo, Hortensia no tiene ningún problema grave, solo es mezquina, desagradable y tiene unas pésimas habilidades sociales, viene solo para charlar un rato, contarle sus problemas a alguien. Viene buscando un amigo, aunque tenga que pagar por ello. Por otra parte, no es lo que me esperaba, no ha sido interesante, ni me he sentido especialmente útil, ha sido... aburrido.
- Perfecto, eso es lo que quería que vieses. Te quedan unos cuantos años de tedio, está claro que mientras trabajes para mí no te concederé ningún caso importante o interesante, son míos, pero incluso cuando te establezcas por tu cuenta pasarán años hasta que un diagnóstico interesante toque a tu puerta, serán años de amas de casa desesperadas, depresiones comunes, divorciados... Rutina, rutina que paga las facturas, y rutina que acabará recomendándote a clientes más interesantes.
No supe como tomármelo, si bien o mal, si como un gesto amable o como un desagradable consejo. Aún ahora sigo sin saber cuáles eran sus intenciones.
Después de eso quedé con Cristina para otro de nuestros interminables cafés, hoy acompañado por una ligera lluvia. Le conté cómo iba todo en la consulta, y le agradecí que sus padres me recomendaran como un millón de veces. Hacía ya algo más de una semana que no me pasaba por la agencia, podía ver que nuestros caminos se separaban, pero seguía viendo tardes como ésta en mi futuro.
Dos cafés, un chino y un helado a medias más tarde, estábamos llegando a mi apartamento con la excusa de buscar unas fotos de una campaña de hace un par de años. Cuál no sería mi sorpresa al acercarme para descubrir que el vagabundo que había apoyado en la puerta del edificio no era tal sino Carlos, mojado, desaliñado y llorando a mares.
- Bueno, será mejor que me vaya, había quedado con mis compañeras de piso para arreglar unas cosillas. Me llamas, ¿vale? -Cristina siempre tan atenta, siempre suele torear situaciones comprometidas como ésta con una excusa aceptable y media sonrisa que se le debió quedar helada al escucharme replicar-
- No, toma, ve subiendo -mientras le abría la puerta y le tendía las llaves- no tardaré. Carlos ya se iba.
No sé cuánto puede imaginarse Cristina, nos presentó una modelo con la que estaba liado, alguna vez hemos tonteado, pero nos ha visto a Carlos y a mí, y ahora me conoce bastante bien, por lo que supongo sus sospechas tendrá, como me confirmaron sus rápidos pasos escalones arriba. Volví mi cara hacia el objeto de mi enfado y le espeté.
- Vete de mi casa. No quiero hablar con un despojo humano como tú, no puedes desaparecer un mes y volver llorando y borracho. Si tienes algo que decirme vuelve cuando estés sobrio. Un poquito de dignidad.
Para enfatizar mis palabras me despedí con un sonoro portazo. Subí los escalones de dos en dos hasta que llegué arriba. Cristina me esperaba con una copa de vino en la mano y una sonrisa cómplice. Me bebí la copa de un trago y me arrojé sobre ella apasionadamente. Menos mal que al menos había una mente lúcida en la escena y me aparto sin muchas dificultades.
- Me voy a casa, te llamo cuando llegue, ¿vale? Mañana me mandas las fotos por correo si las encuentras.
No negaré que me puse nervioso, no negaré que cuando vi entrar a Hortensia con sus ciento siete kilos me asusté, no negaré que me sentí fuera de lugar al sentarme en el sillón que normalmente ocupa el Dr. Rosado, y no negaré que tras cinco minutos me sentí como pez en el agua, lidiando con una ballena, pero como pez en el agua.
La señorita Hortensia insoportable donde las haya, padecía de un mal sencillo, soledad, sin amigas, sin pareja, con media familia muerta, con la otra no se hablaba, sólo la acompañaban ciento siete kilos de fealdad adiposa, y un carácter agrio cual limón. Durante las dos horas que sufrí la sesión me puso al corriente de su trabajo, era contable, de sus problemas con los compañeros, de la vecina del cuarto que la mira mal, de la panadera que era una envidiosa, apenas me dejó mediar palabra. Tras hora y media de despotricar contra medio Tortuosa y quince minutos de autolamentaciones se despidió cordialmente, me dijo que le había gustado mucho, que llegaría lejos.
No mucho más tarde llegó el doctor.
- ¿Y bien?
- Ha sido extraño, por una parte fue sencillo, Hortensia no tiene ningún problema grave, solo es mezquina, desagradable y tiene unas pésimas habilidades sociales, viene solo para charlar un rato, contarle sus problemas a alguien. Viene buscando un amigo, aunque tenga que pagar por ello. Por otra parte, no es lo que me esperaba, no ha sido interesante, ni me he sentido especialmente útil, ha sido... aburrido.
- Perfecto, eso es lo que quería que vieses. Te quedan unos cuantos años de tedio, está claro que mientras trabajes para mí no te concederé ningún caso importante o interesante, son míos, pero incluso cuando te establezcas por tu cuenta pasarán años hasta que un diagnóstico interesante toque a tu puerta, serán años de amas de casa desesperadas, depresiones comunes, divorciados... Rutina, rutina que paga las facturas, y rutina que acabará recomendándote a clientes más interesantes.
No supe como tomármelo, si bien o mal, si como un gesto amable o como un desagradable consejo. Aún ahora sigo sin saber cuáles eran sus intenciones.
Después de eso quedé con Cristina para otro de nuestros interminables cafés, hoy acompañado por una ligera lluvia. Le conté cómo iba todo en la consulta, y le agradecí que sus padres me recomendaran como un millón de veces. Hacía ya algo más de una semana que no me pasaba por la agencia, podía ver que nuestros caminos se separaban, pero seguía viendo tardes como ésta en mi futuro.
Dos cafés, un chino y un helado a medias más tarde, estábamos llegando a mi apartamento con la excusa de buscar unas fotos de una campaña de hace un par de años. Cuál no sería mi sorpresa al acercarme para descubrir que el vagabundo que había apoyado en la puerta del edificio no era tal sino Carlos, mojado, desaliñado y llorando a mares.
- Bueno, será mejor que me vaya, había quedado con mis compañeras de piso para arreglar unas cosillas. Me llamas, ¿vale? -Cristina siempre tan atenta, siempre suele torear situaciones comprometidas como ésta con una excusa aceptable y media sonrisa que se le debió quedar helada al escucharme replicar-
- No, toma, ve subiendo -mientras le abría la puerta y le tendía las llaves- no tardaré. Carlos ya se iba.
No sé cuánto puede imaginarse Cristina, nos presentó una modelo con la que estaba liado, alguna vez hemos tonteado, pero nos ha visto a Carlos y a mí, y ahora me conoce bastante bien, por lo que supongo sus sospechas tendrá, como me confirmaron sus rápidos pasos escalones arriba. Volví mi cara hacia el objeto de mi enfado y le espeté.
- Vete de mi casa. No quiero hablar con un despojo humano como tú, no puedes desaparecer un mes y volver llorando y borracho. Si tienes algo que decirme vuelve cuando estés sobrio. Un poquito de dignidad.
Para enfatizar mis palabras me despedí con un sonoro portazo. Subí los escalones de dos en dos hasta que llegué arriba. Cristina me esperaba con una copa de vino en la mano y una sonrisa cómplice. Me bebí la copa de un trago y me arrojé sobre ella apasionadamente. Menos mal que al menos había una mente lúcida en la escena y me aparto sin muchas dificultades.
- Me voy a casa, te llamo cuando llegue, ¿vale? Mañana me mandas las fotos por correo si las encuentras.
0 comentarios:
Publicar un comentario