martes, 7 de abril de 2009

Semana 7, África

martes, 7 de abril de 2009
Ya huele a verano.

Mi despacho se encuentra con los demás, en una de las dos carpas pequeñas y anexas, de las tres que componen la excavación. Dentro, cada persona y sus circunstancias quedan aisladas del resto por biombos. Separadores de ambientes que se les llama en la era tecnológica.

Un verano que tiene pinta de ser caluroso, algo que empieza a hacer estragos en la temperatura del lugar. Dentro de poco será inaguantable. Por eso a veces prefiero trabajar en casa, pero esta semana va a estar complicado, estamos desbordados.

Un espectro penetra bruscamente en mi espacio personal. Es Tomy, a quién los nervios le están superando. Ya he intentado explicarle que en esta zona del mundo la gente trabaja de una manera algo especial.

-¡África! Acabo de mandarte un correo.

-Ya lo he visto.

-¡Léelo!

-Ya lo he leído.

-¿Y qué piensas?

-Eso, junto con los datos que necesitas, debe estar en tu bandeja de entrada.

-Menos mal que tú no estás contagiada del magnífico hábito de dejarlo todo para el último momento. No entiendo cómo pueden estar tan tranquilos, cuando van a inaugurar próximamente un museo. Deberían preocuparse de que todo saliera a la perfección.

Ese es el problema. Que va a ser difícil que todo salga a la perfección. Al menos por nuestra parte. Nos han dedicado una esquina en el gran museo de Tortuosa para exponer los datos de nuestra excavación. Datos que estamos interpretando a nuestro antojo. Porque no es el momento de destapar nuestros hallazgos. Aún hay muchas cosas, que para la mente de un ciudadano de a pie son incongruentes. Y que además embestirían contra la comunidad científica. Antes de poner en juego la reputación de más de uno, debemos estar completamente seguros.

-Té con limón, con mucho hielo- vuelve a entrar en mi despacho, esta vez más tranquilo. Habrá leído ya el correo.

-Oye, por casualidad no tendrás un teléfono móvil de sobra, ¿verdad? Estoy buscando uno para Manuel. Me preocupa que pasen solos todo el día. Allí están incomunicados.

-¿Qué pasa con el viejo? Está viviendo en tu casa. Voy a tener que empezar a ponerme celoso.

-No digas pamplinas. No vive en casa. Simplemente pasa allí el día para echarme una mano. No podría pagarle a una niñera, Tomy.

-No tendrías porque hacerlo, deshazte del niño.

-Said, se llama Said. Y no pienso deshacerme de él. –Su comentario me molesta, es cierto que empieza a oler a celos. Hace semanas que no duerme en casa, y como siga en este plan, es lo que le queda.

Said significa feliz, me explicó su madre la otra tarde en el Arthurs. Es lo mejor que me ha pasado, me dijo. Por eso no pienso permitir que sufra lo que estoy sufriendo yo. Me estoy muriendo. Su mirada fue sin duda la más dura a la que me he enfrentado en toda mi vida. Sé que contigo estará bien.

Necesitaba una explicación. ¿Por qué me ha elegido a mí? Y me dio mil razones para que me quedara con su hijo. La principal, que su padre es el mío. Le conoció hace un par de años en su país, en algún lugar de la costa mediterránea. Y al año siguiente volvió a buscarla. Estuvieron juntos algunas semanas, y después él, se fue.

Sé a qué se refiere. Lo he vivido muchas veces. Porque mi padre, al igual que venía, se iba. Y dejaba buenas sensaciones. Esta vez, también dejó un niño. Y una eternidad. Porque no va a volver, no en mucho tiempo. La razón de que no tengamos noticias suyas es que han secuestrado su barco. Un pirata de mentira, esclavizado por uno de verdad, en las costas de Somalia.

Por eso no voy a permitir que a ese niño le pase nada. Por eso he aceptado convertirme en su tutora legal. Said Heredia.

-Tomy, ¿me acercas al centro? Tengo que hacer algunas cosas antes de que cierren.

-Llévate mi coche. Cuando acabes me recoges, y cenamos en tu casa. Estoy pensando que le voy a dar una oportunidad al viejo, y otra al niño.

-Menos mal. Pensé que habías perdido la sensatez, probablemente en el mismo lugar en el que dejaste la empatía.

Y sin más me fui. Debe entender mi situación. Y no hacerla más difícil.

Recojo los animales de casa. Aunque tienen las vacunas y todo en orden, prefiero asegurarme de que no va a haber ningún tipo de problema con Said. Y me dirijo a la única clínica veterinaria de Tortuosa especializada en animales exóticos. Mientras él analiza al lagarto, yo leo detenidamente los innumerables panfletos acerca de las consecuencias de tener un animal exótico, y sus implicaciones en el ecosistema. Jamás abandonaría a mis animales.

-Está en perfecto estado- me dice el veterinario metiendo a Coco en su trasportín.-Quizás un poco gordo para haber estado hibernando tanto tiempo.

-¿Y el mono? ¿Habrá algún inconveniente? ¿Es normal que trate al niño como a un hijo?- Me preocupa verlos dormir en la misma cama.

-En principio es normal- me dice el veterinario, buscando su ficha en el ordenador- Es raro, no la encuentro, dijiste que se llamaba Vladimir, ¿verdad?

-Bladimir con B. De pequeña me enseñaron que con la letra “L” siempre se ponía “B”, y no “V”.

Después de comprobar que no había riesgo de enfermedades, me pasé a hacer algunas compras. Medio sueldo entre pañales, biberones, papillas y cremas. Y eso que todavía no habla. A ver qué hacemos cuando empiece a pedir. Aunque tengo algún dinero guardado, de momento no puedo plantearme determinados lujos, como comprar un carrito. Y menos mal que Manuel le ha hecho una cuna. Es curioso. Es como si el viejo hubiese intuido que Said se quedaría más tiempo del previsto.

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