martes, 7 de abril de 2009

Semana 4, Óscar

martes, 7 de abril de 2009
Un fin de semana imaginativo. Día de los enamorados, qué gracia, hacía un par de años que no celebraba uno. Ha venido a verme una antigua compañera, Laura, y no ha sido casualidad ni planeado. Lleva unas semanas en la ciudad por trabajo y se le ha ocurrido llamarme. Convenientemente interesada. Al final celebramos lo que había que celebrar el domingo por la mañana en la habitación de su hotel, la noche anterior creo que se quedó muy distorsionada por las cervezas y las dos botellas de vino. No suelo beber, cosa peligrosa, pero no puedo desaprovechar oportunidades de pasarlo bien, creo que el trabajo me absorbe demasiado.

Acabo de salir de la asesoría que ha contratado mis servicios para la actualización del sistema informático y para la mejora de imagen de su Web. La entrevista ha sido algo intensa, aunque he ofrecido bastante resistencia, tendré mis cosas, pero aun no he recibido quejas de ningún cliente. Puedo estar feliz por algo, pero esas dos horas han sido cansadas. Me ha entrevistado una tal señora Aguado, Carmen creo. No ha sido muy afable conmigo, pero tras revisar su sistema informático y su servidor, fue la expresión de mi cara al entrar en el sistema sin ni siquiera introducir una contraseña lo que ha hecho que me contratara. Menudo agujero de seguridad. Al menos es un servidor estándar, sólo abra que modificar los protocolos y cerrar cada una de las puertas traseras que se han ido abriendo, supongo que para permitir el tráfico de descargas desde otros servidores P2P. Es posible que me convierta en la persona más odiada de esta empresa en breve, pero eso es algo a lo que ya me he acostumbrado.

Finalizada la entrevista, me da a firmar una serie de documentos que hablan sobre la confidencialidad y yo, a cambio, le explico mi sistema de trabajo y le paso el contrato típico que uso, que es más bien un acuerdo de fiabilidad. Tras toda la parafernalia administrativa, me dan un sobre sellado con los datos del servidor y del acceso al mismo para usar mi sistema remoto, con esto, damos por finalizada la transacción inicial y ya puedo empezar a trabajar.

Saliendo del edificio noté que el ambiente de trabajo parecía bastante forzado, y la verdad es que he llegado a ponerme nervioso, no sé qué me pasa últimamente. Al menos me he ido con una cara agradable al salir de las oficinas. La recepcionista, Amanda McKillop rezaba la tarjeta que colgaba en su blusa. Me ha tenido ligeramente distraído, sobre todo por el ligero brillo oculto tras sus gafas, entiendo que estaba lejos de la oficina, pero ha sido la única que me ha demostrado un poco de jovialidad en toda la mañana.

Decido volver a la vida real. Tras un breve paseo a mi casa, sólo pensando en el trabajo, me planteo si estoy volviendo a la realidad, o es sólo una idea en mi cabeza. Tomo el ascensor. Antes de entrar en casa respiro profundamente.

Delante de mí, los correos pegados en el panel de corcho. Me planteo si no tendría que haberme tomado una foto el día que llegue magullado a casa y ponerla en el tablón como en las series de policías. Mejor no. Me estremezco con sólo pensarlo.

Bien, empecemos. Accedo al servidor por la "puerta de servicio" e ingreso la serie de números que me han dado como clave. Me quedo mirando la pantalla, el logotipo de la asesoría es frío y con poca identidad, pero bueno, ese no es problema mío. Tarda demasiado, menuda limpieza voy a tener que hacer. Una vez dentro, registro una nueva base de datos y me pongo a transferir todos los directorios de reserva. Que desastre.

En ese momento suena el teléfono, no tengo el número en memoria.

- ¿Dígame?

- Hola Oscar, soy Laura. Regreso mañana a casa, ya terminó el congreso y me gustaría verte antes de irme. ¿Quedamos?

- Hola Laura, por supuesto que quedamos, ¿comida o cena?

- Se que sonará poco serio, pero preferiría que fuese cena.

- ¿Habías pensado en algo?

- No, creo que eso te lo dejo a ti.

- OK, déjame que termine lo que estaba haciendo y te llamo en un par de horas.

- Vale, nos vemos pues.

- Un beso.

- Chao.

Qué gracia, me parece que este día está salvado del todo.

Antes de cerrar mi sesión con la asesoría copio los archivos base del sistema para trabajar con ellos desde casa y de paso, cometo, como siempre, el mismo delito por el cual me siento algo mas agraciado conmigo mismo, copio la base de datos que contiene la ficha del personal de la empresa. Cuando finaliza, vuelco la información a mi microservidor y lo escaneo.

***

- Buenas noches Laura – le digo mientras me acerco a ella para saludarla con un beso en la mejilla. – Espero no haberte hecho esperar.

- No, tranquilo, ha sido culpa mía, me adelanté porque pensé que me iba a perder y he encontrado el restaurante a la primera, que por cierto, muy exótico.

- Sí, hay demasiados restaurantes chinos y muchos de comida rápida, este indio me encanta.

Se acerca una camarera a la mesa para preguntarnos qué queremos beber.

- Unas cervezas nos viene bien, gracias – dice Laura antes de que yo pueda abrir la boca.

- Parece que tienes prisa.

- No, que va… tengo hasta mañana – me insinúa con una sonrisa picarona. – Por cierto, ¿Qué tal el cliente de hoy, trabajaras para ellos?

- Sí, ya empecé justo cuando me llamaste esta mañana.

- Ah, bien. Esto… - comienza a liarse la servilleta entre las manos, síntoma de que no sabe cómo iniciar una conversación importante y directa, hay cosas que no cambian.

- Dime Laura, tranquila, tenemos hasta mañana.

- Sí, es verdad. – sonríe nerviosa. – Necesito tu ayuda.

- Tú dirás.

En ese momento, no sé si porque empezó a sentirse segura, o porque los continuos sorbos a su cerveza la estaban desinhibiendo, comenzó a contarme una historia, con alarmantes similitudes.

Es posible que se animara más al ver mi cara de atención, pero lo que no podía ni imaginarse que lo que me estaba contando era casi como rellenar espacios en blanco de un puzle.

- Laura, ¿Por qué has venido a Tortuosa?

- ¿Perdón? – su mirada de perplejidad me hizo sonreír, lo que la destensó un poco.

- ¿A qué has venido a la ciudad? Me comentaste el sábado que estabas aquí desde hace dos o tres semanas preparando un congreso que tuvo lugar la pasada semana. ¿Y todo lo que me cuentas ahora, te ha pasado en Tortuosa?

- Sí – responde lacónicamente manteniendo fijos sus grandes ojos sobre los míos.

Sonrío.

- Tranquila Laura, no te estoy juzgando ni nada por el estilo, y no pongo en duda tus palabras, es simplemente que has pasado un calvario hasta la semana pasada y no entiendo qué te ha pasado – lucho porque mis pensamientos no salgan a la luz, no es el momento.

- Yo…

- Vale – ahogo mi ansia de salir corriendo de ahí con Laura y explicarle todo, con un sorbo de cerveza. No me lo puedo creer. – Comamos antes y hablemos de otras cosas, ¿vale? Luego ya veremos.

Pedimos y comemos forzando una alegría que cuesta salir y que tras la tercera cerveza fluye a raudales. Todo queda en calma cuando terminamos de cenar. Cogemos un taxi a mi casa.

Nos reímos por todo, por cualquier tontería, apenas tengo conciencia del momento, y todo me parece irreal y muy concreto. Me hace reír la sensación de estar flotando mientras que todo lo que pienso parece profundo, todos los conceptos y todas las preguntas parecen cobrar matices diferentes. La miro mientras subimos en el ascensor y me apetece tanto besarla, que cuando me doy cuenta estamos abrazados besándonos. Nos damos cuenta de que hemos llegado hace un par de minutos al piso y nos reímos más. Entramos en casa. Reímos.

***

El olor a café me trae a la realidad. El silencio de la casa me hace pensar que Laura se ha ido, pero el susurro de unos pasos me la trae de vuelta.

- Buenos Días.

- Buenos Días – le respondo. No puedo acceder a más palabras de mi vocabulario.

La miro fijamente intentando no apartar la vista de su luminosa sonrisa. Sólo lleva puesta una camiseta que le cubre hasta por debajo de la cintura, o muy por encima de los muslos. Intento pensar en otra cosa.

Se deja caer a mi lado acercándose lo suficiente como para brindarme un beso en los labios que sigo saboreando mientras me mira sonriendo.

- ¿Quieres café?

Café. No, quiero otra cosa.

- Sí, me encantaría – consigo transformar la enorme excitación que me sube por las venas. No puedo, creo que la tensión acumulada entre los pensamientos que dejé apartados anoche en la cena están a punto de salir a presión.

Cuando estoy pensando en salir de entre las sabanas me doy cuenta que estoy completamente desnudo, y de repente, una sensación de vergüenza me cruza la cara y me hace cambiar de color… y de temperatura.

- Te espero en la cocina – me dice sonriendo. Creo que ha leído el tono encarnado de mis mejillas.

- En seguida voy – no me puedo creer a lo que estoy renunciando. Tengo demasiadas cosas en la cabeza como para centrarme en algo así.

Me visto y voy a la cocina. Desayunamos entre miradas y algún que otro comentario, hasta que me dice lacónicamente y con la mirada perdida en el fondo de su taza.

- Me tengo que ir.

- ¿Ahora? – Me sonríe tiernamente.

- No. Esta tarde. Mi avión sale a la ocho y tengo que pasarme por el hotel para recoger mis cosas que dejé listas por si acaso. – Ahora soy yo el que sonríe, por algún motivo en especial, me siento alagado.

- Tenemos hasta la comida entonces, y me gustaría enseñarte algo. Lo que me empezaste a contar anoche… creo que debemos hablar.

- ¿De veras? Oscar, lo que te empecé a contar anoche…

La interrumpo poniéndome en pie y haciéndole un gesto con la mano para que me siga. Llegamos a mi despacho.

- Lee las hojas que están clavadas en el panel – me miró extrañada y se acercó a mi mesa.

Leyó. Leyó y entendió. De vez en cuando me lanzaba una mirada de incomprensión y de asombro. Del tiempo que estuvo delante de los textos supongo que los leyó más de una vez.

- Te vuelvo a preguntar lo mismo que anoche. ¿Por qué has venido a Tortuosa? – su expresión continúa en modo de asombro, pero me contesta sin poner objeciones.

- Mi compañía me ha mandado a Tortuosa para preparar la conferencia sobre Sistemas de Acondicionamiento y Seguridad para el nuevo museo. Fue contratada por empresas privadas y el Ayuntamiento de la Ciudad para mostrar cuales serán las características de seguridad y las de los operarios que trabajarán en él.

- Vaya.

- Sí. No ha sido nada del otro mundo, fueron una semana de preparativos, dos del congreso y esta última para desmantelarlo todo y realizar un seguimiento de propuestas de los interesados.

- ¿Y cómo diste conmigo?

- Por Alberto, me dijo que estabas en Tortuosa el viernes pasado.

- Joder. Que cabrón, ya podría haberme avisado.

- Sí, pero no hubiese sido una sorpresa.

Charlamos y deliberamos sobre todo lo ocurrido. Quiso conectarse a su cuenta de correo desde mi ordenador, pero le expliqué que no era una buena idea. Me dedico a la seguridad informática, pero por algún motivo, estaba dudando seriamente de mi sistema en estos momentos.

Le conté cómo llegué a casa aquel día de madrugada. Hicimos planes y creamos conspiraciones, y así pasamos el resto de la mañana. Llamamos a un chino para que nos trajera la comida a casa y luego la acompañé a su hotel. Nos despedimos con un fuerte abrazo y un largo beso. Desde fuera parecíamos una pareja, hasta yo me lo estaba creyendo.

- Oscar – me dijo tras el beso – no quiero ser una necia, pero si no te importa voy a pedir unos días de vacaciones y me vengo a Tortuosa. Quiero que veas los correos que recibí, y mientras, intentaré conseguir toda la información que vea útil. Me gustaría resolver todo esto.

- Me parece genial – me sentí ligeramente gozoso ante aquella nueva perspectiva.

Vi como se alejaba su taxi. Cuando lo perdí de vista me di media vuelta y me volví a casa caminando, como siempre. Ya era de noche, así que con un sándwich de jamón y una cerveza me fui a la cama y decidía que aquel sí que había sido un día increíble. Mañana será otro día.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
◄Design by Pocket, BlogBulk Blogger Templates. Distributed by Deluxe Templates