Las primeras gotas de lluvia rozaban mi cabeza rapada produciéndome sensaciones diversas. Por un lado, un frescor agradable y reconfortante, por otro, el típico sentimiento de culpa que surgía en mí cada vez que emociones positivas me embargaban. La vida que llevaba en los últimos tiempos me hacía pensar que no era digno de disfrutar lo más mínimo de mi existencia.
Si conseguía aquel trabajo podría obtener el sustento adecuado para lograr mis propósitos. El dinero del seguro se estaba gastando lentamente y era necesario aumentar mis ahorros de alguna manera. Últimamente tenía demasiados gastos, comprar en los bajos fondos de Tortuosa era lo que tenía.
Como he dicho, llovía, llegaba tarde, para variar, y la ropa elegante que había elegido para parecer una persona normal había perdido todo su encanto con el agua. En la puerta del Arthurs la escoria de siempre, cogí unas monedas del bolsillo y las eché sin mirar siquiera la cara del músico.
Entré en el local intentando forzar mi mejor sonrisa y revisé lentamente las personas que había dentro. Nada que destacar, un borracho triste en la barra, uno comiéndose un brownie y una chica vestida de traje en una mesa con una silla libre enfrente. Me dirigí cauteloso a la chica del traje intentando secarme la ropa en la medida de lo posible. Alzó la vista y levantó la mano.
- ¿Gualberto Méndez?
- No, llámeme Walter, Walter Méndez.
- ¿Walter? – Corrigió con un bolígrafo el nombre de mi curriculum que tenía sobre la mesa – Tutéame Walter, soy Sofía. Te llamé por teléfono ayer.
- Hola Sofía, ¿Puedo sentarme? – Moví un poco la silla y me senté sin esperar que me diera permiso.
- Claro, siéntate. ¿Conocías el sitio? – Me puso su mejor sonrisa.
- Sí, no había venido nunca – Mentí – Pero pregunté y me indicaron sin problemas.
- Perfecto, a ver… comencemos.
La entrevista siguió sin demasiados problemas. Tenía bastante bien preparada la historia y en una carpeta llevaba los títulos y documentos, debidamente falsificados, para sacar en el momento en que Sofía me los solicitara. Finalmente no hizo falta demostrar nada, eran tan ingenuos como sospechaba.
- Muy bien Gualber… Walter – Sofía comenzó a recoger los papeles que habían estado sobre la mesa durante toda la charla. – Sólo una cosa más.
- Dime.
- ¿Cómo te hiciste lo de la cara? – Fue una pregunta inesperada para la que no había preparado ninguna respuesta.
Se refería sin duda a la cicatriz que tenía sobre mi ojo izquierdo, aquella que atravesaba todo mi rostro y que me recordaba diariamente lo que ocurrió en una tarde lluviosa de otoño de aquel año en que mi vida se revolvió de tal manera que me hizo ser lo que ahora soy.
- No veo la relación que puede tener esto con el puesto. – Intenté esquivar la pregunta. Algo dentro de mi estaba creciendo.
- Walter, necesito saberlo, es importante. – Su insistencia no me gustaba demasiado. Su mirada había cambiado.
- Fue un accidente. – Tal vez dejara el tema ahí y no siguiera preguntando, podría ser peligroso para ella.
- ¿Qué tipo de accidente Walter?
Notaba dentro de mi una mezcla de rabia y tristeza. Tenía que contenerme o las lágrimas pronto llenarían mis ojos.
- Digamos que fue de tráfico. – Confiaba que con esto fuera suficiente.
- ¿De tráfico?... Bueno, Walter – No parecía demasiado convencida la respuesta. – Ya tendremos tiempo para ello. El trabajo es tuyo. Te llamaré a lo largo de la semana para contarte cuando te incorporas. – Se levantó de la silla y me extendió la mano, que agarré sin demasiado convencimiento – Bienvenido.
- Gracias, no se arrepentirán – Estaba seguro de ello.
- No te preocupes por lo que hemos tomado, ya lo he pagado. Estaremos en contacto.
Se alejó de la mesa en la que estábamos y abandonó el local con paso firme. Una sensación de bienestar me embargó de repente por haber conseguido mi objetivo, justo después volvieron los sentimientos de culpa. Me senté en la silla y giré la cabeza para echar un vistazo de nuevo a la gente del local. El del brownie seguía allí, aunque ahora lo acompañaba una chica bastante guapa. No sabía muy bien por qué, pero algo de aquello le resultaba muy familiar. Los observé con detenimiento y vi como ambos se levantaban y salían del local. Una extraña necesidad me embargó e hizo que saliera tras ellos, debía seguirlos.
No anduvieron demasiado antes de coger un taxi, me apresuré a buscar otro y no tardé mucho en encontrarlo. Me monté en el asiento de atrás y me dirigí al taxista.
- Siga a ese taxi.
- ¿Qué? – El taxista me miró con cara de extrañado.
- Son amigos míos, no se preocupe. – Saqué de la cartera un billete de 20 euros – Si el taxímetro supera los 20 euros pare, hasta entonces, siga a ese taxi.
- Sin problemas, amigo – La cara se transformó en alegría.
- Yo no soy su amigo, limítese a hacer su trabajo.
Tras no demasiado tiempo el taxi al que seguíamos se para junto a un conjunto de apartamentos. El hombre y la chica se bajaron.
- Y ahora ¿qué quiere que haga?
- Ahora nada.
Me bajé del taxi y lo observé detenidamente mientras se iba. Seguía lloviendo y cada vez estaba más mojado. ¿Dónde había visto a aquel hombre? ¿Era él o era la chica a la que recordaba? No me quedaba más remedio que esperar a que uno de los dos saliera.
Si conseguía aquel trabajo podría obtener el sustento adecuado para lograr mis propósitos. El dinero del seguro se estaba gastando lentamente y era necesario aumentar mis ahorros de alguna manera. Últimamente tenía demasiados gastos, comprar en los bajos fondos de Tortuosa era lo que tenía.
Como he dicho, llovía, llegaba tarde, para variar, y la ropa elegante que había elegido para parecer una persona normal había perdido todo su encanto con el agua. En la puerta del Arthurs la escoria de siempre, cogí unas monedas del bolsillo y las eché sin mirar siquiera la cara del músico.
Entré en el local intentando forzar mi mejor sonrisa y revisé lentamente las personas que había dentro. Nada que destacar, un borracho triste en la barra, uno comiéndose un brownie y una chica vestida de traje en una mesa con una silla libre enfrente. Me dirigí cauteloso a la chica del traje intentando secarme la ropa en la medida de lo posible. Alzó la vista y levantó la mano.
- ¿Gualberto Méndez?
- No, llámeme Walter, Walter Méndez.
- ¿Walter? – Corrigió con un bolígrafo el nombre de mi curriculum que tenía sobre la mesa – Tutéame Walter, soy Sofía. Te llamé por teléfono ayer.
- Hola Sofía, ¿Puedo sentarme? – Moví un poco la silla y me senté sin esperar que me diera permiso.
- Claro, siéntate. ¿Conocías el sitio? – Me puso su mejor sonrisa.
- Sí, no había venido nunca – Mentí – Pero pregunté y me indicaron sin problemas.
- Perfecto, a ver… comencemos.
La entrevista siguió sin demasiados problemas. Tenía bastante bien preparada la historia y en una carpeta llevaba los títulos y documentos, debidamente falsificados, para sacar en el momento en que Sofía me los solicitara. Finalmente no hizo falta demostrar nada, eran tan ingenuos como sospechaba.
- Muy bien Gualber… Walter – Sofía comenzó a recoger los papeles que habían estado sobre la mesa durante toda la charla. – Sólo una cosa más.
- Dime.
- ¿Cómo te hiciste lo de la cara? – Fue una pregunta inesperada para la que no había preparado ninguna respuesta.
Se refería sin duda a la cicatriz que tenía sobre mi ojo izquierdo, aquella que atravesaba todo mi rostro y que me recordaba diariamente lo que ocurrió en una tarde lluviosa de otoño de aquel año en que mi vida se revolvió de tal manera que me hizo ser lo que ahora soy.
- No veo la relación que puede tener esto con el puesto. – Intenté esquivar la pregunta. Algo dentro de mi estaba creciendo.
- Walter, necesito saberlo, es importante. – Su insistencia no me gustaba demasiado. Su mirada había cambiado.
- Fue un accidente. – Tal vez dejara el tema ahí y no siguiera preguntando, podría ser peligroso para ella.
- ¿Qué tipo de accidente Walter?
Notaba dentro de mi una mezcla de rabia y tristeza. Tenía que contenerme o las lágrimas pronto llenarían mis ojos.
- Digamos que fue de tráfico. – Confiaba que con esto fuera suficiente.
- ¿De tráfico?... Bueno, Walter – No parecía demasiado convencida la respuesta. – Ya tendremos tiempo para ello. El trabajo es tuyo. Te llamaré a lo largo de la semana para contarte cuando te incorporas. – Se levantó de la silla y me extendió la mano, que agarré sin demasiado convencimiento – Bienvenido.
- Gracias, no se arrepentirán – Estaba seguro de ello.
- No te preocupes por lo que hemos tomado, ya lo he pagado. Estaremos en contacto.
Se alejó de la mesa en la que estábamos y abandonó el local con paso firme. Una sensación de bienestar me embargó de repente por haber conseguido mi objetivo, justo después volvieron los sentimientos de culpa. Me senté en la silla y giré la cabeza para echar un vistazo de nuevo a la gente del local. El del brownie seguía allí, aunque ahora lo acompañaba una chica bastante guapa. No sabía muy bien por qué, pero algo de aquello le resultaba muy familiar. Los observé con detenimiento y vi como ambos se levantaban y salían del local. Una extraña necesidad me embargó e hizo que saliera tras ellos, debía seguirlos.
No anduvieron demasiado antes de coger un taxi, me apresuré a buscar otro y no tardé mucho en encontrarlo. Me monté en el asiento de atrás y me dirigí al taxista.
- Siga a ese taxi.
- ¿Qué? – El taxista me miró con cara de extrañado.
- Son amigos míos, no se preocupe. – Saqué de la cartera un billete de 20 euros – Si el taxímetro supera los 20 euros pare, hasta entonces, siga a ese taxi.
- Sin problemas, amigo – La cara se transformó en alegría.
- Yo no soy su amigo, limítese a hacer su trabajo.
Tras no demasiado tiempo el taxi al que seguíamos se para junto a un conjunto de apartamentos. El hombre y la chica se bajaron.
- Y ahora ¿qué quiere que haga?
- Ahora nada.
Me bajé del taxi y lo observé detenidamente mientras se iba. Seguía lloviendo y cada vez estaba más mojado. ¿Dónde había visto a aquel hombre? ¿Era él o era la chica a la que recordaba? No me quedaba más remedio que esperar a que uno de los dos saliera.
0 comentarios:
Publicar un comentario