lunes, 6 de abril de 2009

Semana 1, África

lunes, 6 de abril de 2009
Acabo de hablar con mi madre. No sé qué haríamos sin móvil, y sin la amplia variedad de ofertas. Paga un minuto y habla un millón. Y si me ofrecieran dos millones también los gastaríamos. Me gusta hablar con ella. Siempre me gustó. Es curioso ver cómo han cambiado las cosas en tan sólo diez años ¿cuán no habrán cambiado durante todo este tiempo de evolución terráquea? ¿Cómo el Neanderthal decidió convertirse en Homo Sapiens, y depender de un móvil toda la vida? Me apasiona mi trabajo, aunque creo que ya va siendo hora de que me implique más con mi casa. Está hecha un desastre. Aún hay cajas por todas partes, Bladimir, un pequeño tití que me trajo papá de uno de sus viajes es el único que disfruta del desorden y contribuye para que cada vez sea mayor. Supongo que yo también soy un poco entrópica. A este maldito mono que me tiene la casa patas arriba, se suman un loro, un pequeño lagarto y un gato peludo, todos igual de exóticos que Bladimir. Ahh! Y una planta carnívora, a la que la mudanza le ha sentado tan mal como a mí. Necesitamos prolongar el periodo de adaptación.

Otra llamada telefónica. Esta vez de correos. Ha llegado un paquete a mi nombre, África Heredia, y al lado, mi número de móvil. Algo sensato por parte de quién me lo envía, ya que hasta yo desconozco mi dirección. Creo que este camino no tiene nombre, apenas vive gente. Y es imposible que le explique al señor cartero como llegar a mi casa, así que opto por indicarle que lo deje en el lugar que trabajo, más famoso en el pueblo que el lugar en donde vivo. Parece que a la gente le va el rollo macabro implícito en las excavaciones arqueológicas, y más cuando contienen restos humanos, aunque tengan millones de años. Ahora me arrepiento de haber pedido un par de días de descanso, no podré saber que es. Si me pica la curiosidad tendré que acercarme, aunque debería mantener mi decisión y no cambiar el concepto de días de descanso, me apetecen.

Para no pensar demasiado, decido preparar una infusión de hierbas relajantes, pongo música, y empiezo a desempaquetar lo poco que queda en las cajas. Siento silbar la tetera con el agua hirviente, y acto seguido un porrazo y a Bladimir que grita, y por encima de todo el estruendo, mi loro Juanito, que chilla -¡Puto mono! ¡Puto mono!-, una y otra vez. Es la primera frase que aprendió y que repite melódicamente, en un tono estridente cada vez que ocurre algo. Han ido al suelo el mono, la caja de cartón, y la estantería. Como siempre, facilitándome el trabajo. Son las postales, de toda mi vida. De mi padre; y de mis abuelos, cuando me fui de casa para poder estudiar. Entre ellas una foto que me resulta familiar, he visto ese sitio antes y no hace demasiado tiempo. Es mi padre, delante de un bar o quizás un café, llamado Arthurs. Mi memoria goteante se encarga de dilucidar el asunto, bueno, mi memoria y una anotación de él en una de las esquinas: Tortuosa. Ya me acuerdo. Pasé por allí el primer día, que bajé al centro a hacer alguna compra. Nunca más he vuelto a ir, en estas 3 semanas. No creo en las señales, pero alguna vez leí algo acerca de una teoría, la teoría del sincronismo. Igual ha tenido algo que ver.

La excavación, que actualmente ocupa mi tiempo vital está justo en la otra dirección. Además, aquel día volví a casa con la sensación de que todo el mundo en éste lugar pasea con expresión de “llevo un nubarrón encima de mi cabeza”. Me apetece conocer gente, aunque no sé si será el mejor momento. Igual esta semana bajo, quiero comprar una parra, para ponerla en el patio y que en verano dé sombra, porque tiene pinta de ser un lugar caluroso. Hace calor ahora, y ni siquiera es verano…mmm, bochorno, lluvia, ¡mierda! tengo la ropa tendida.

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