lunes, 6 de abril de 2009

Semana 1, John Less

lunes, 6 de abril de 2009
No se saca mucho dinero tocando en la calle, es poco frecuente el oír tintinear las monedas al caer dentro de la funda del saxofón y cuando lo hacen es tan débil el ruido que no hace falta ni mirar el contenido para darse cuenta del escaso valor que tienen. Afortunadamente no es el dinero lo que alimenta mi espíritu artístico si no que soy capaz de obtener las ganas de volver a tocar con el simple hecho de ver como un niño se aleja silbando cualquiera de mis melodías o con darme cuenta de cómo algún peatón adopta de forma inconsciente en su caminar el ritmo de mis canciones. Sin embargo, y a pesar de lo tremendamente bello que hayan podido parecer estar palabras, no son los gestos de reconocimiento los que me dan de comer, si no que consigo subsistir gracias a los cuantos euros que puedo sacar cada día tocando sin descanso. Quizás sea ésta la causa de que al elegir los sitios donde gastar mis horas no busque los lugares en los que más gente se pare a oírme, sino que siempre opte por asentarme en aquellos en los que los ciudadanos sean más generosos, aún cuando ni siquiera se detienen a escuchar cualquiera de mis notas.

Mi saxo es pues mi herramienta de trabajo, mi forma de vida y hacia él tengo un amor que puede superar los límites éticos entre persona y objeto. Se llama “Brisa”, aunque sólo yo lo sé, y hace algún tiempo, cuando aún podía permitirme algún que otro capricho, mandé que grabaran en la parte trasera una frase que dice: “la vida es como este saxo; si no le echas nada, nada te da”. Por supuesto la idea no es mía, alguien lo dijo alguna vez sobre una trompeta, pero yo adopté a mi forma aquella pequeña porción de sabiduría y decidí hacerla inmortal.

Esta mañana, lluviosa como hacía tiempo no se veía otra igual, Brisa y yo tocamos versiones de Charley Parker en unas escaleras junto a la puerta de una cafetería llamada Arthurs. La gente pasa por nuestra vera a toda prisa, mirando hacia otro lado para evitar cruzar la mirada conmigo, como si esperasen encontrar en mis ojos un atisbo de incriminación. Algún que otro transeúnte compadecido agradece mi esfuerzo con una moneda en la funda del saxo, que reposa en el suelo un par de escalones más abajo que yo. La mañana no ha sido muy productiva, parece que cada vez están las cosas más difíciles para los que intentamos vivir de la voluntad pública, y no sólo porque el egoísmo se esté apoderando poco a poco de cada uno de nosotros, sino también porque parece que ya no tenemos tiempo ni de prestarle atención a la música.

Toco un par de canciones más y dan las dos en un reloj cercano, recojo y salgo de aquel lugar con las manos casi vacías, y con el desconsuelo de tener que llegar a casa con lo justo para poder almorzar. Si queremos cenar, esta tarde me volverá a tocar currar.

Sin embargo, en breve me daré cuenta de que esa tarde no podré salir de canciones, como le llamo yo a mi trabajo. Nada más llegar a casa, aunque aún no lo sé, me encontraré la caravana vacía y mi madre no responderá a mi llamada. La buscaré por los escasos quince metros cuadrados de Courb, pero seguirá sin aparecer. La incertidumbre se apoderará de mí; “¿Dónde estará mamá?, si ella nunca sale”, me preguntaré y saldré a pegar voces por todo el descampado. Interrogaré a los tertulianos de todos los bares de alrededor por si alguien la ha visto, pero lo dicho, que mamá no aparecerá por ningún lado. Y temblando de miedo caminaré por las calles gritando su nombre y con las lágrimas saltadas.

La gente me mirará con cierto tono de recelo, muchos de ellos cambiando de acera ante mi proximidad. De las comisarías me echarán sin tan siquiera escucharme, como a un perro enfermo y únicamente podré calmar mi ansía y parte de mi preocupación cuando una chica pelirroja me diga desde detrás de una ventanilla en el Hospital Central que la señora Hope Less se encuentra en la habitación 108…

Realmente será una tarde muy dura, aunque todavía no lo sé, pues acaban de dar las dos y aún camino hacia casa con la incertidumbre de no saber en qué lugar tendré que tocar esa tarde.

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