jueves, 7 de mayo de 2009

Semana 9, Isaac

jueves, 7 de mayo de 2009
Los hijos del farmacéutico.

- Atento, están a punto de alcanzar tu posición.

Un comentario como ése, realizado a través del móvil, me devuelve la esperanza de que María vuelva a sentirse cómoda en su papel de espía. No cabe duda de que es una profesional, y de que le encantan las películas de Tom Cruise. Aguardo pacientemente dentro del cuartito del café removiendo un líquido imaginario para disolver azúcar imaginaria dentro de una taza de verdad hasta que ante mis ojos pasan los dos primeros enemigos. Bebo un sorbo imaginario para poder taparme la cara sin levantar sospechas, aunque no me prestan la más mínima atención. Me han bastado un par de segundos para poder reconocerlos.

Aldonza Villegas, la hija pequeña, treinta y siete años, alcohólica, divorciada en dos ocasiones, numerosos episodios de histeria en lugares públicos, denunciada por agresión en cada uno de ellos, nunca condenada. De los tres hermanos es la que más arruinada está, por eso ha contratado al abogado más caro.

Rómulo Rivas, abogado de Aldonza, cincuenta y cuatro años, con la mitad de escrúpulos que Lucifer y el doble de dinero que Dios. Un genio criminal del derecho que firma con una doble erre y con una cartera de clientes cuyas dos terceras partes son mujeres, lo cual me permite formular una teoría. Está aún más enfermo que yo.

Mi móvil vuelve a vibrar dentro del bolsillo de mi camisa, es María, le cuelgo, sé lo que me va a decir. Apenas medio minuto después vuelvo a sorber el aire.

Alonso Villegas, el mayor, cincuenta y seis, farmacéutico, mancebo desde los quince, soltero, aún vive en la casa donde nació. Cuidaba de su madre hasta el fallecimiento de ésta. Posible homosexual frustrado, y puestos a suponer, no sería de extrañar que hubiese alterado la medicación de su madre lo suficiente como para que no la necesitase nunca más.

Fernando Dulce, abogado de Alonso, sesenta y ocho años, con el aspecto de un enorme gato castrado y la fuerza vital de uno. Abogado de la familia Villegas hasta la muerte del cabeza de familia, Sansón Villegas. Tras su fallecimiento su viuda contrató los servicios de la asesoría Aguado.

El tercer sorbo no se hace esperar y esta vez sí que es necesario. Alertados por algún ser malvado los dos nuevos contendientes reparan en mi presencia y me sonríen. El contacto visual ha durado menos de un segundo pero ha bastado para darme cuenta de que el segundo hijo de Sansón Villegas, Sancho, es el más peligroso de los tres. Y de que, para mi sorpresa, Noah ha cometido un error en su informe, dado que la preciosa acompañante de Sancho difícilmente puede ser un abogado de setenta años de nombre Jose Antonio.

La información suministrada por Noah salta del limbo a mi mente con la misma facilidad que antes. Sancho Villegas, cuarenta y dos, ingeniero químico, ingeniero farmacobiólogo, un portento mental y malo hasta la médula. Vicepresidente de la farmacéutica canadiense Vancouver ZK Corp. y el hermano con menos interés en los terrenos de su padre.

- Hola cariño.

- Hola amor.

Ése en nuestro saludo en horas de oficina, aunque estamos pensando en cambiarlo. Puede que María deje de ser mi novia cornuda en breve, dependiendo de cómo vaya la operación Villegas.

- Tenemos una nueva jugadora –susurra María en un tono neutro, natural, fingiendo una sonrisa mientras saquea el tarro de la sacarina para equipar su bandeja del café.

- Ya me he dado cuenta- respondo.

- Cómo no ibas a hacerlo, es una chica guapa- replica sin mirarme.

- Tiene cara de puta.

Se toma una pausa en la organización de la bandeja y me mira a los ojos sin fingir ninguna sonrisa.

- Muy sutil, Eduardo, muy sutil.

- No pretendía ofenderte.

- No lo has hecho. Recuerda que ofende el que puede, no el que quiere. De todos modos llevas razón, es una puta. En sentido literal, me sorprende que no la hayas visto en ningún book.

Por este tipo de incidentes yo soy el agente de campo, si Noah estuviese aquí saldría corriendo al grito de cancelar, cancelar.

- Eso puede ser un problema, si tú la has visto a ella igualmente ella o el propio Sancho pueden haber visto a Paula, ¿no?

- No lo creo -sonríe orgullosa-, Paula también está en un book, pero mucho más exclusivo. Cuesta una verdadera pasta echar un pequeño vistazo, eso ayuda a llevar una doble identidad a las que aparecen en él. Además, algunas de las fotos son sólo un reclamo, varias de las chicas que allí aparecen no son profesionales, aunque cobran por aparecer en el book. En especial las famosas.

Meses atrás yo mismo pagué por ver esas fotos. No les presté demasiada atención, dado que ya tenía elegida de antemano a Paula, sin embargo no se me escapó una inocente foto de cierta famosa presentadora que sonreía confiada a la cámara. La anoté mentalmente en mi agenda para cuando abandonase Tortuosa pero, dada mi suerte actual, sin duda se trataba de un sonriente reclamo.

- Está bien, seguiremos con el plan entonces, ¿llevas la grabadora?

- Sí –responde María-, y la cámara justo aquí.

Se lleva su delicado dedo índice junto a un broche estratégicamente situado junto a su generoso y añoradísimo escote. Normalmente no suele ser tan descocada en la oficina, su atrevido atuendo, además de para torturarme, es para captar la atención de los asistentes a la reunión y que miren al objetivo de la cámara espía alojado en el broche. Bien pensado es complicado que Sancho pueda reconocer a María, para ello tendría que mirarla a la cara.

- ¿Sabes Eduardo? Tengo un regalito guardado para ti aquí mismo –susurra en un más que sugerente tono acariciándose el contorno del broche- ¿lo quieres? Pídemelo por favor y es tuyo.

La tortura a la que me somete atenta frontalmente con la convección de Ginebra. Nada bueno puede salir de esto, pero aunque pudiera resistirme, no lo haría. Mi nuevo psicólogo es tan efectivo como el anterior.

- Por favor, María, dámelo. Dame tu regalo.

Me sonríe con una sensualidad que no veía desde hace semanas, cuando un apagón y una inoportuna llamada de teléfono arruinaron un grandioso striptease, y se desabrocha el botón de la chaqueta. Con el mismo dedo que usaba para tocarse el broche comienza a dibujar una línea imaginaria que comienza en su cuello, baja por su precioso escote y acaba... en el bolsillo interior de su chaqueta.

- Toma –ordena alegremente ofreciéndome una galleta- para que tengas un desayuno equilibrado. Te estás inflando de café y aún no has comido nada.

Miro la galleta un tanto atónito y la saco del envoltorio. La muerdo y la saboreo, no está mal, aunque un poco seca para mi gusto.

- ¿Te gusta? Me la he encontrado esta mañana en mi buzón, es una muestra gratuita, y como yo no tengo perro, pues pensé en dártela a ti –sentencia con una sonrisa.

Me trago el trozo de galleta justo cuando se terminan sus palabras. Algunos de nuestros compañeros comienzan a acompañarnos en el cuartito del café y nos miran con poco disimulo.

- Bueno, cariño, voy a llevarle la bandeja a Carmen. Cenamos en tu casa y te cuento que tal me ha ido el día, ¿te parece? Creo que la reunión se va a alargar y que hoy no podremos comer juntos.

Antes de irse me estampa un pequeño beso en los labios que no se parece en nada al que me regaló en su día y que me hace sentir muy triste.

- Hasta luego, amor.

- Hasta luego, cielo.

Y se va, con su habitual bamboleo, elegante como siempre y bella como nunca. Un poco más cínica y un tanto más amargada que antes de conocernos. Bien Isaac. De nuevo has terminado de estropear algo bello.

- Eduardo, ¿quedan galletas?

Me giro para encararme con un compañero, cuyo nombre no me he aprendido ni planeo hacerlo.

- De estas no –le contesto acabándomela de un bocado.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
◄Design by Pocket, BlogBulk Blogger Templates. Distributed by Deluxe Templates