martes, 7 de abril de 2009

Semana 6, Óscar

martes, 7 de abril de 2009
Siempre que me encuentro solo esperando a alguien, o simplemente disfrutando de un paseo, intento adivinar la vida de los que cruzo. Es estúpido, pero expande mi mente y deshecha tensiones. Es cierto que mis pensamientos suelen ser utópicos, pero es que tengo la mala costumbre de presuponer el bien en todo lo que me rodea, tal y como me enseñó Laura hace unos años. “El kit de la cuestión está en no guardarse para uno los pesares y de repartir buenas acciones” me escribió una vez en una nota. Desde entonces me hundo en las enseñanzas orientales de paz y tranquilidad, y reconozco que me ha funcionado.

La gente pasa delante de mí, y todas son caras anónimas… El sonido de los altavoces anunciando la llegada del autobús que espero impaciente (no siempre los métodos de relajación me funcionan) me extrae de mis ensoñaciones.

La gente baja del vehículo perdida, buscando rostros conocidos, y cuando los encuentran, se iluminan y se lanzan a los brazos que lo acogen con cariño. Me levanto del frío banco de la estación y doy unos pasos hacia donde la pequeña multitud alegre, feliz y deseosa ayuda a tomar el equipaje de sus amigos y familiares.

Laura sale por las escaleras con la misma cara de mirada perdida hasta que fija sus ojos en los míos. Sonríe. De un inexplicable salto huye del autobús hasta mis brazos. No me dice nada, pero noto que tiembla.

- ¿Estás bien? – me ha costado apartarla de mí, mis manos descansan sobre sus hombros.

Coge aire como para decir algo, pero consigue deshacerse del espacio que hay entre los dos y vuelve a abrazarme. No sé qué decir.

- Supongo que esto significa que me has echado de menos – intento arrancarle un sentimiento contrario al que me refleja sus actos.

Apenas un perceptible “sí” se escapa de sus labios, pero no estoy seguro de que haya sido una afirmación, podría haber sido un suspiro. No le puedo ver la cara, pero tengo la impresión de que está llorando. Espero, sin prisas. La gente abandona el andén. El conductor se nos acerca señalando el equipaje que aun está dentro del autobús. Con un solo movimiento de mi cabeza el hombre comprende y asiente, y nos acerca las maletas. El murmullo se aleja, no nos movemos.

- Óscar – escucho. Una pausa. – Gracias.

- Laura, tranquila, busquemos un taxi y vayamos a casa.

Por fin se despega de mí y me mira directamente. Sus ojos están irritados y húmedos, pero una sonrisa rompe la tristeza de la escena. No llora de dolor, pena o terror. Son lágrimas de alegría. Y lo peor es que siento un gran bienestar ante ese sentimiento hacia mí. Por el contrario, me hace sentir absurdamente violento pensar en eso, aún no sé por qué me lo merezco.

Me acerco a coger su equipaje y pedimos un taxi.

***

Tengo el “planning” de la semana bastante cubierto por el trabajo. La asesoría Aguado ha dejado de darme problemas por el momento y el resto de clientes deben sentirse muy contentos, porque no me llaman y me siguen pagando. Laura dormita en el salón viendo la tele, hace un día que llegó y se ve muy cansada, estoy esperando el mejor momento para hablar, y no me atrevo, es sólo una amiga y una invitada. Y no quiero que salga huyendo.

Un zumbido desvía mi atención de la pantalla del PC. Es mi teléfono, le he quitado el sonido para no molestar. Es de Aguado, joder, ya decía yo que todo iba demasiado bien.

- ¿Sí, dígame?

- ¿Óscar? Buenos días, soy María, de la asesoría. Perdona si te molesto, pero necesito tu ayuda.

- No molestas María, dime – ya era hora que alguien llamara al Administrador de Sistemas.

- Tengo un problema con el servidor, todo va muy lento.

- Un momento – me conecto al servidor a través de mi portátil. No hay nada que llame la atención, ni interferencias externas, ni pérdidas de paquetes por disminución del ancho de banda… nada, será problema de su terminal. – María, reinicia tu sistema. Es posible que tengas saturada tu conexión de intranet y el servidor te esté reenviando parte de los paquetes de datos para suplir la perdida de estos. Esto bloquea tu paso a la intranet y parece que va todo más lento.

- Un momento – escucho tres pulsaciones consecutivas y un click del ratón, posiblemente sea la combinación de teclado más usada en la historia de la informática. A los pocos segundos la musiquilla del cierre del sistema.

- Óscar, ¿puedo pedirte un favor?

- Tú dirás.

- ¿Podemos quedar a tomar algo uno de estos días? Sinceramente me gustaría que fuera lo antes posible, tengo unas dudas que quiero resolver.

- Puedo ir a la oficina si es necesario, no es molestia.

- No. – Qué rotundidad – Es mejor fuera. Es que es personal.

- María, yo…

- No. Óscar, perdona. No pienses que estoy pidiendo una cita. Es que tengo un problema con mi ordenador portátil, nada más. Si quieres estar más tranquilo podemos quedar con un compañero del trabajo. Frecuentamos una cafetería después del trabajo para desconectar un poco.

- Bueno, deja que termine con un asunto que tengo entre manos, te llamo en un par de días.

- ¡Ya está! – grita por el auricular.

- ¿Qué?

- Ya funciona. Muchas gracias. Te debo un café.

- De nada. Llámame si te vuelve a dar problemas.

- Tranquilo, lo haré… - y se hizo el silencio.

Que intrincado es esto de los sentimientos entrecruzados. No quiero nada con nadie que pertenezca a mi mundo laboral, pero me veo sumamente atraído por este tipo de cosas. No estaría mal quedar con María y esperar a ver qué pasa. Pero que estoy diciendo. Primero Laura, luego ya veré.

***

- Laura, tenemos que hablar.

- Sí, tienes razón. Perdona.

- No quiero que te sientas presionada, pero tengo que saber si hay algo entre nosotros. – Gira la cabeza y me lanza una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿En serio? Pensé que era por lo que nos ha estado pasando.

Noto calor en la cara, indicativo inequívoco de que me encuentro avergonzado. La verdad es que he sido directo. Mi reacción la atrae como un imán.

- Esto es muy raro. – le digo bajando la mirada al suelo. – Nos hemos visto cuatro o cinco veces desde que dejamos el pueblo y entiendo que ha pasado algo. Pero no quiero creer que estemos juntos por una circunstancia y que luego nos quedemos solos de nuevo.

- ¿Sabes? Creo que tienes razón. Me siento eufórica de poder estar contigo, aquí, solos. Y también me he planteado la misma pregunta. No sé si es que me engaño a mí misma, pero me gustaría que esto fuera a más.

Vale, un paso más. Un problema menos.

- Pues mientras nos hacemos estas preguntas, creo que deberíamos empezar a hablar de todo el embrollo en el que estamos metidos. – Dicho esto nos levantamos y nos encaminamos a mi despacho.

- Creo que sí. – Me mira con curiosidad mientras le doy paso al interior de la habitación.- ¿Podrías empezar tú? Tengo curiosidad de ver donde se unen nuestros caminos.

- Sí. A ver… atando hilos… - recopilo los datos en mi cabeza hasta que llego al principio de toda esta historia – hace unas semanas, el 24 de enero – creo que no podré olvidar esa fecha – recibí un correo de un, o una tal Berenice quedando para tomar algo en un bar del centro, uno de esos que cierran tarde y donde siempre hay gente tomando café. – Divago – Después de eso no hay nada.

- Vale, varias coincidencias. Yo también recibo un correo de esa persona quedando en el… - mira sus notas sobre la mesa – Arthurs. Pero no pude asistir porque estaba preparando el congreso.
- Vaya. Bueno, al día siguiente llego ensangrentado a casa, de madrugada, con un fuerte golpe en la cabeza, un corte en la cara y con el cuerpo molido, como si me hubiera pasado por encima un coche y luego el conductor se bajara a rematarme – Laura sonríe con este último comentario, a mí me duele recordarlo.

- Joder, me preocupa pensar que hubiera pasado si yo hubiera ido.

- No fuiste, hiciste bien. A mí la curiosidad me pudo, y mira donde me ha llevado.

- Toma. Y no traía canción adjunta. – Me dice mientras me tiende una copia del correo.

“Vemos a todo el mundo en todas partes, y nadie nos ve a nosotros, las tinieblas nos esconden de quien pudiese contarnos.

Te espero en la cafetería Arthurs a las 22:00

Berenice”

- Vaya – es lo único que soy capaz de decir.

- Sí, y la cosa curiosa es que sé de quien es el poema. Me picaba la curiosidad, pero el trabajo era el trabajo.

- ¿Poema? No rima, no le veo sentido.

- No, porque el original es celta, aunque naturalmente yo lo conocía en español.

- Vaya.

- Óscar, eres de intenso… – Me mira con una sonrisa en los labios donde me veo reflejado como un estúpido.

- Gracias. Por cierto, ¿de dónde sale este poema? – pongo énfasis en la última palabra, me resulta extraño que se trate de un poema.

- Pues en las vacaciones de verano mis padres, Marisa y yo nos íbamos a la capital y nos quedábamos en casa de unos amigos de mi padre. Allí conocí a una chica obsesionada con la lectura y que me atrapó, por suerte, en el mundo de los libros. Me acuerdo más de su hermano, que estaba buenísimo. – Otra sonrisa de oreja a oreja, creo que ya sé de qué me estoy enamorando. – Aunque claro, en plena infancia no era lo mismo que ahora. – Me miraba con los ojos abiertos de par en par y aquella sonrisilla picarona que tanto gustaba de mostrarme continuamente.

- El poema pertenece a una leyenda celta y va sobre una joven y hermosa mujer llamada Etain – continuó – Recuerdo que me quedaba embobada escuchando la historia que iba sobre hechizos, hadas y mucho amor. De todas las que leíamos, ésta era de las que más me gustaban.

- ¡Ah! Veo que te entretenías bastante en verano, qué emocionante.

- Sí, por eso fue una sorpresa cuando fui a verte a la universidad y me encontré con…

- Perdona – el teléfono nos ha interrumpido. Me giro y lo agarro con desgana, es un cliente. – Es de trabajo.

Laura se levanta, me da un beso en la frente y sale del despacho. No puedo evitar seguirla con la mirada hasta que la pierdo de vista.

- Sí, ¿dígame?

***

El último cliente me ha tenido ocupado todo el día. Una empresa de seguridad me ha pedido un sistema de control de seguridad a través de su servidor principal. Se van a encargar de la vigilancia del museo en el día de su inauguración y quieren que “todos los sistemas de comunicación estén registrados y listos para cualquier eventualidad” según palabras literales del encargado. Que tío más soso. Esto me supone doble trabajo para esta semana, al menos, para lo que queda de semana A ver si puedo distraer a Laura con todo esto para que no se quede en una esquina aburrida.

Después de una apetitosa cena por cortesía de mi chica preferida, nos ponemos a repasar los datos recopilados, continuando nuestra conversación por donde la dejamos.

- ¿En qué quedamos? – Pregunto para iniciar el repaso.

- Tu correo y el mío quedando en Pub cafetería.

- Sí vale. Después de todo esto, una semana más tarde, para concretar, recibo otro correo de Berenice, pero esta vez con un fragmento de un poema que escribí hace mucho y que tengo guardado bajo llave, más o menos.

- ¿Tú escribiendo poemas? Me lo tienes que enseñar.

- Laura, eso es algo que tenemos que estudiar seriamente, pero el caso, es que encontré dentro una nota que me puso los pelos de punta.- Se la entrego y queda ligeramente sorprendida.

- No había visto nunca este símbolo, ¿sabes lo que significa?

- No, y la verdad es que no sé cómo averiguarlo.

- Pregúntale a Alberto. Me comentó que había estado trabajando en un proyecto para el Departamento de Justicia en el reconocimiento de símbolos y signos para no sé qué de unas sectas. – Joder, Alberto. Me siento de repente muy contrariado, Laura no me ha dicho aún que pasó en su casa hace unos días, y tampoco me ha dicho nada de cómo le fue con mi amigo. Esperaré.

Laura me acerca una copia de su correo, y leo.

“Estoy completamente desorientado, soy todo lo que está completamente desorientado. La culpa es para los culpables, la avaricia para los avariciosos y el dolor para los engañados.
… risas ya no suenan, sólo las lágrimas me hacen la vida…

Berenice”

- No puede ser.

- ¿Qué ocurre? – me mira asustada. Creo que mi tono ha sido desconcertante.

- Las primeras líneas me suenan una barbaridad, y la última, es la continuación de mi poema, una parte.

- ¿Me lo puedes enseñar?

- No sé Laura, me da cosa. Nunca se lo he enseñado a nadie, y pensaba que no saldría de entre las hojas de mi libreta.

- Venga Óscar, a lo mejor me da alguna idea.

Resignado por su mirada y esa sonrisa que me atrapa y me vuelve confuso en mis propios sentimientos agarro la libreta de pastas negras que guardo en un cajón de mi mesa desde el día en que encontré la nota en su interior y busco ojeando hasta localizarlo. Tomo aire y recito.

"Puedes por la arena roja pasear,
pasar la tumba del poeta.
Vivir sin tranquilidad
y soñar con la tortura perpetua.
Risas ya no suenan,
sólo las lágrimas me hacen la vida,
al corazón enamorado
le matan las mentiras.
Pero la luz ya se apaga,
¿o estaba en la oscuridad
y ahora he visto la luz?
No sé lo que he visto,
y ya no importa, no…
En la tumba estarás conmigo,
pero allí no yaceré,
sólo en el mar,
con la brisa y el viento,
sólo en el mar,
mi alma oscura está,
sólo en el mar,
y al mar
mi alma he de entregar."*

- Vaya – ahora es ella la que me mira perpleja.

- Venga Laura, no es tan buena.

- No sé Óscar, puede que sea la forma en la que la has leído, pero me has puesto los pelos de punta.

Me encojo de hombros. Guardo el libro en el cajón de donde lo saqué y me giro hacia ella.

- ¿Pero te dice algo? – me sigue mirando con los ojos completamente abiertos.

Se levanta sin apartar los ojos de los míos y me planta un beso que me lleva flotando a la cama donde desplegamos todos nuestros sentimientos. Y cada duda, si las hubo, se disipan junto a las gotas de sudor que surcan nuestros cuerpos. La noche se hace larga, armoniosa, llena de motivos y expectación, de vaivenes y jadeos hasta quedar exhaustos y unidos por un abrazo que nos traslada a un nuevo día. Amanece, pero no estamos para el mundo y al despertar seguimos igual de sumidos. Dan ganas de olvidar y volver a empezar.

***

- ¡Nietzsche!

- ¿Qué? – Me pregunta Laura sobresaltada por mi voz.

- Que las primeras líneas del correo que te envió Berenice son de Nietzsche.

Laura fija su mirada en mis ojos de forma interrogativa y me dice:

- Espero que no estuvieras pensando en Nietzsche mientras me hacías el amor, querido.

- Hubiera sido un acto muy contradictorio… señorita Cortés. – Le muestro mis dientes en una falsa y muy exagerada sonrisa. – Pero no, líbrese usted de pensar en tal oprobio hacia su persona. Se me acaba de venir a la cabeza. Es uno de las primeras citas de “El Anticristo”, igual que la frase de los hiperbóreos. – Hago memoria. – “Ni por tierra ni por agua encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos”.

- ¿Tiene algún sentido para ti?

- Pues no, chica. Como no lo tiene nada. Cada vez entiendo menos, ¿Qué tenemos tú y yo en común a parte de nuestra niñez, pubertad y variopintos lugares de encuentro?

- A lo mejor conocemos a Berenice.

- Es posible, ¿pero por qué nos hace esto?

- ¿Has buscado en Internet de donde puede salir Berenice?

- Sí, lo hice, pero eran muchas fuentes para descartar.

- ¿Alguna te llamó la atención?

- Tendría que volver a mirarlo, estaba demasiado confuso y no le eché cuentas al asunto.

Nos situamos frente al ordenador y buscamos en Internet. Nos salen varias opciones y vamos descartando según los datos que vamos leyendo. Cuando terminamos de repasar la lista de los destacados, lo único que nos llama la atención es la referencia al nombre de un relato corto de Edgar Alan Poe.

- Que curioso, Edgar Alan Poe era uno de los autores que solíamos leer de pequeñas con la chica que conocí y que al final nos hicimos muy amigas.

- ¿De la que me hablaste el otro día?

- Sí. Belén y yo nos hicimos amigas de verano y luego ya nos vimos un poco más cuando iba a visitarte.

- ¿Belén? – Una duda asalta mi mente.

- Sí, la hermana de Alejandro.

- ¿Conoces a Belén? - Noté que los ojos se me humedecieron, síntoma de impresión y Laura lo sabía. Me quedé congestionado, y blanco, porque empecé a temblar sin motivo aparente. Me dejé caer sobre el sofá de mi despacho al sentir el temblor de mis piernas.
- ¿Qué te pasa Óscar? ¿Estás bien? Parece que hayas visto un fantasma.

No podía hablar, en ese momento mi cabeza estaba ocupada reorganizando todos los datos acumulados, todas las palabras, las frases, las canciones, todo era por lo mismo.

- Laura – conseguí decir – ya sé quién nos está enviando todo esto.

- ¿Belén? Anda ya. Ella siempre ha estado en sus cosas, no creo que se dedique a jugar con nosotros.

- ¿Jugar? Espero que no, conozco a Belén, compartimos piso durante unos años.

- Lo sé, ya nos vimos allí en un par de ocasiones. Lo raro es que no te dijera que éramos amigas.

- Lo raro – pensé – es que no te dijera que éramos más que amigos. – No sé Laura, piensa un poco. Todos son pistas. Su cantante favorito, sus libros y autores favoritos, sus textos favoritos. ¿Le preguntaste a Alejandro por qué te dijo que te pusieras en contacto conmigo?

- No Óscar, apenas vi a Alejandro esta última vez. Fue a recogerme a la comisaría y me llevó a su casa. No lo vi hasta la hora de la comida y luego se volvió a marchar. Luego me acompañó a casa y me esperó hasta que hice las maletas. Me entretuve mirando la casa, pero no había signos de que nadie hubiera estado y la policía no encontró nada. La verdad es que se portó muy bien, pero no me dijo nada de Belén ni nada relacionado.

- Tenemos que hablar con él.

- Pues me dijo que iba a estar fuera del país unos días y que no volvería hasta mediados de mes. De todas formas le podemos dejar un correo, seguro que si no lo localizamos en el teléfono, verá el correo de alguna forma.

Y así pasamos la tarde, componiendo un correo que no dejara muchas pistas a quien lo viera, pero que indicara a Alejandro que se pusiera en contacto con nosotros. Pusimos todo en orden y aclaramos muchas cosas, pero nos quedaba la gran pregunta: ¿Por qué? Creo que sin las respuestas de Alejandro estábamos en un callejón sin salida.

- No puedo más por hoy Laura, creo que voy a sucumbir al cansancio mental. – Le digo mientras me giro en la cama para mirarla de frente.

- ¿Quieres algo? – me dice demasiado seria como para pensar que se trata de algo lascivo.

- Relajarme. Poner las cosas en orden. Olvidarme de todo esto. Y esperar a que llegue un nuevo día.

- Jeje, ¿como la canción de Luz Casal? – Y empieza a entonar la canción de Luz con murmullos hasta que se pone a cantar, muy suavemente, muy cerca de mi oído – Quiero ver, el rojo del amanecer, un nuevo día brillará, se llevará la soledad. Quiero ser el rojo del amanecer, el sol de nuevo brillará, se llevará la soledad, que en mí se quiere instalar. – Continúa tatareando la canción hasta que sucumbo al sueño sin mucha más resistencia que una sonrisa en los labios. Sólo espero que se cumpla los augurios del susurro que se aleja, espero que realmente mañana sea otro día.

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* El poema lo escribió una amiga mía llamada Carmen en Mijas (Málaga) el 03 de febrero de 1994 y en un momento de inspiración irracional decidió regalármelo. Parecerá una tontería, pero me dice mucho de ella y la recuerdo como una buena amiga y por eso he hecho lo posible para incluirlo aquí (n. del a.).

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