Los días en la oficina transcurrían con normalidad y Rómulo no había vuelto a llamar por teléfono. Me resultó bastante fácil encontrar su archivo en el historial de morosos, debía dinero a mucha gente, pero a pesar de todo parecía ser intocable dentro de la empresa. Saqué en pantalla todas las deudas junto con los nombres y teléfonos de las personas y empresas a las que le debía dinero; lo preparé y le di a imprimir. Pronto lo tendría en papel y sería todo bastante más manejable. El teléfono sonó justo en ese momento.
- Walter, te llama alguien que dice llamarse El Negro.
- Pásamelo, estaba esperando su llamada.
- ¿Algún cliente? – la típica pregunta impertinente de María.
- Limítate a pasármelo. – nuestra relación no había mejorado demasiado.
Tras escuchar brevemente el tono de espera se hizo el silencio al otro lado de la línea.
- ¿Negro?
- Walter, que simpática la chica del teléfono, tienes que darme su móvil. – siempre intentaba hacer algún comentario distendido antes de hablar directamente del trabajo. No lo soportaba.
- Cállate, ¿tienes lo mío?
- Siempre al grano chico. ¿Quién crees que es El Negro? – Típica actitud chulesca de los Don Nadie – Claro que tengo lo tuyo, ¿cuándo vienes a recogerlo?
- ¿Estás libre ahora?
- ¿Ahora?... Lo dicho chico, siempre al grano. – Al otro lado del teléfono se generó un silencio, acompañado de la voz del Negro preguntándole algo ininteligible a alguien – Ok chico, aquí estoy, tráete el dinero.
- Muy bien Negro, estaré allí en 1 hora. Por cierto, no vuelvas a llamarme chico.
Colgué el teléfono sin esperar su respuesta.
….
Poco después me encontraba frente a una puerta metálica verde semioxidada de la que colgaba un cartel de bastante gran tamaño en el que se podía leer en letras mayúsculas “NO PASAR”, di dos golpes secos sobre ella provocando un estruendo desagradable acompañado de la caída de polvo naranja que manchó ligeramente mis zapatos. Después silencio. Esperé un minuto antes de volver a golpear la puerta, y otro minuto más hasta que El Negro apareció tras ella con cara de pocos amigos.
- ¡Ah! Eres tú. ¿No te he dicho que nunca debes llamar a la puerta? Usa el móvil.
- Sí, me lo has dicho. ¿Tienes lo que te he pedido?
- Siempre al grano chico.
- No me llames chico.
- Tranquilízate un poco CHICO. Pasa, ponte cómodo.
El interior del recinto no tenía nada que ver con las malas condiciones de la entrada. Un corto pasillo daba paso a una sala relativamente amplia en el que podía contemplarse una televisión de pantalla plana encendida de la que salían imágenes de Los Simpsons. Frente a ella, sentado en un cómodo sofá, se encontraba un hombre bastante grueso de pelo rojo. Continuamos hasta entrar en una habitación aislada. Una fría mesa y dos sillas junto a un maletín negro.
- Siéntate chico, ahí tengo lo tuyo.
Cogí la silla sin decir palabra y esperé a que El Negro continuara hablando. Con bastante delicadeza, impropia en él por lo que había visto hasta ahora, cogió el maletín que tenía junto a la silla y lo dejó reposar sobre la mesa.
- Chico, aquí tengo lo que buscas. - Abrió el maletín y lo giró hacia mí, lo que permitió que viera perfectamente su interior.
- ¿Está todo? - No pude disimular mis ansias.
- Todo. La pistola que me pediste es una Magnun Desert Eagle. - Sacó el arma y la puso junto al maletín. - Es una pistola semiautomática de grueso calibre.
- Dispara ¿no?, entonces me vale.
- Tú sabrás lo que haces. - Volvió a poner la pistola cuidadosamente dentro del maletín y sacó un sobre cerrado tamaño folio. - Y aquí dentro tienes la información que pediste. Me ha costado conseguirla, pero ahí lo llevas. Todo sobre G.M. Si ves que falta algún dato lo pides y ya te diremos lo que sea.
- ¿Puedo fiarme de esta información?
- Chico, puedes fiarte del Negro. Ahora dame mi dinero.
Saqué un sobre blanco sin ventanilla, medio doblado y arrugado, por llevarlo en el bolsillo, y lo puse sobre la mesa. Inmediatamente, casi sin tiempo a que el sobre tocara la superficie, el Negro lo cogió, lo abrió y comenzó a contar el dinero de su interior. Noté como le cambiaba la cara cuando terminó de contar y como me miraba con cara de extrañeza. Comenzó de nuevo a contarlo y al finalizar la expresión de su cara no había cambiado.
- ¡Aquí falta dinero!
- Tranquilo Negro, no falta dinero.
- Lo he contado dos veces chico y te digo que falta dinero.
- A ver Negro, te digo que no falta dinero. – Me apresuré a coger el maletín y bajarlo junto a mis pies. – Lo del sobre es solo una pequeña propina. El resto te lo daré la próxima vez que nos veamos.
- ¿La próxima vez? – El Negro se levantó y se acercó – Mira CHICO, no se quién te has creído que eres, pero al Negro se le paga al momento. Así que…
Me agarró de la chaqueta e instintivamente le aparté dándole un manotazo.
- Ni se te ocurra tocarme Negro.
No parecieron importarle mis palabras, porque volvió a agarrarme de la chaqueta. De nuevo instintivamente me levanté y, agarrando fuertemente el maletín, hice que éste chocara con la cabeza del negro. El golpe provocó que el Negro cayera al suelo.
- Te he dicho que no me toques.
Sin esperar a que se le levantara salí rápidamente de aquel sitio. Una vez en la calle subí al primer taxi que encontré para volver a la oficina.
No sabía qué iba a pasar conmigo en ese momento. Quizás no había sido buena idea la de golpearlo y dejarlo allí tirado sin darle una explicación. Tal vez la idea de poner conscientemente menos dinero en el sobre no había sido la más acertada, pero ya estaba hecho, ahora solo podía esperar a tener el dinero suficiente para pagar cuando el Negro viniera en mi busca.
….
Llegué a la oficina aún un poco alterado, y pasé por la recepción sin saludar a María.
- Hola Walter, no vayas tan rápido. Sofía quiere verte en su despacho.
- Dile que ahora voy, tengo cosas que hacer.
- Walter, me ha dicho que es urgente, parecía cabreada.
Me paré en seco antes de entrar por la puerta que conducía a mi mesa.
- Te ha dicho qué quiere.
- Ahora sí te interesa… No me ha dicho nada, simplemente que vayas.
¿Qué querría ahora? Lo que menos necesitaba era tener problemas en el trabajo. Hice un repaso mental de todas las tareas que había hecho y tenía pendiente, pero no encontré ninguna razón por la que Sofía pudiera querer verme con urgencia. Sin darle muchas más vueltas al asunto rectifiqué mi dirección y fui a su despacho.
En la puerta toqué ligeramente y oí como Sofía me decía que pasará. Entré cuidadosamente y me senté al otro lado de su mesa.
- María me ha dicho que querías verme.
- Walter, Walter, Walter. No llevas ni un mes aquí y ya estás empezando a meterte donde no te llaman.
Me pilló por sorpresa, porque no estaba seguro a qué se refería. Sofía continuó hablando.
- Creo que te dejé bastante claro el trabajo para el que te habíamos contratado. Pero parece que te gusta jugar a los espías.
Se giró brevemente y cogió unos papeles que tenía en otra de sus mesas. Me los acercó y pude ver claramente a que se refería. Era lo que había impreso esa misma mañana sobre Rómulo. Me miró fijamente y preguntó.
- ¿Qué tienes que decir al respecto?
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