martes, 7 de abril de 2009

Semana 4, John Less

martes, 7 de abril de 2009
Notaba la sangre fluir entre el pelo, latiendo cara abajo, humedeciéndome la piel. La herida de la que provenía empezaba a doler conforme iban pasando los minutos desde el… desde el golpe. Intenté levantarme del suelo, pero sentí un gran mareo y volví a caer sobre el suelo. De nuevo la luz de la farola se apagó y dejé de oír mi propio pensamiento.

Desperté y dejó de estar oscuro. Un techo blanco sustituía el negro del cielo y de él colgaba una lámpara barata de aire contemporáneo. Bajo mi, un sofá de estampados florales neobarrocos, bastante blando. Me agarré al filo del cabecero y echando los pies al suelo quedé sentado en mitad de un pequeño salón. Desde las paredes cientos de libros me mostraban sus títulos, intenté leer alguno, pero el mareo volvió y desistí. “No te muevas, ya vamos.” “¿Lu…Lu…Lucía?” “Quédate quieto John, no te levantes de ahí ¿Cómo estás?” “Bien… creo” Me costaba hablar, era como si tuviese que pensar como emitir cada sonido antes de poderlo decir, y a partir de ahí formar las palabras. “¿Sabes qué me ha pasado?” “Creo que… creo que te han dado en la cabeza para robarte” “¡Joder! ¿El dinero?” “El dinero está aquí encima, se te cayó de los bolsillos” El aire de la habitación se hizo licor en un instante, las agujas del reloj dudaron y de sus ojos obtuve la confirmación de la noticia. “Lo siento John” “Tengo que ir a la policía” “No John, antes tenemos que ir al hospital, antes no pudimos llamar a la ambulancia porque no llevábamos ninguno el móvil encima” En aquel momento me di cuenta de que no estábamos solos en la habitación, un hombre, de unos treinta, me miraba desde la puerta, apoyado sobre el quicio con gesto de preocupación. “Hola, ¿cómo estás?” “Bien, soy John, gracias por… gracias por todo” “No tienes que darlas…”

La conversación no dio pie a nada más, me ayudaron a montarme una ambulancia que ya sí que había llegado, a la que subí de forma reacia y la propia Lucía me acompañó en una larga tarde de radiografías y reconocimientos médicos. Ya de noche se sentó un rato en mi habitación y tuvimos tiempo de hablar. “¿Quieres que vaya a buscar a tu madre?” “No, no. Ella debe dormir en…en casa. Pero no estaría de más que le avisases de que no voy a dormir en casa… para que no se preocupe” “De acuerdo, además me gustaría volver a verla para ver como sigue. ¿Dónde vives?” “Eh…” No fue una situación fácil el contarle a Lucía, la enfermera que había estado atendiendo a mamá durante sus dos semanas en el hospital, aquella extraña circunstancia de nuestra vida llamada Courb. Sin embargo, a ella no pareció sorprenderle lo más mínimo, asintió con una sonrisa dulce y me preguntó si necesitaba algo más. “No te preocupes, mañana por la mañana te darán el alta” Y al salir, me dejó allí solo, sentado en la cama, observado como mi compañero de habitación roncaba y su hermana dejaba caer un hilito de baba desde el sillón de acompañante. Salí al pasillo y caminé un rato, era incapaz de dormir… mi cabeza, herida, seguía por las calles de Tortuosa, persiguiendo a los hijos de puta que me había atacado y se habían llevado a Brisa.

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